lunes, 26 de mayo de 2014

¡Qué mala es la envidia!

Foto: Carlos Timiraos
Vestirme de domingo siempre me hace sentir especial una vez a la semana, todas las semanas del año. Saco la ropa del armario con sumo cuidado mirando de no mancharla, de no estropearla. No quisiera hacerle ningún enganche a la chaqueta que me pongo con mi falda de campana. Y menos hoy. Gabriel me va a venir a buscar a la puerta de la iglesia cuando se acaba la misa de doce para invitarme a tomar un refresco en la Plaza del Ayuntamiento.

Paula se va a morir de envidia. Es como si ya pudiera verla, roja de rabia, en cuanto me vea cogida del brazo de Gabriel, bajando la Cuesta del Molino. Pero a mí me va a dar lo mismo. Yo creía que era mi amiga, mi mejor amiga, y ya me ha demostrado que no lo es.


En cuanto supo lo de la invitación de Gabriel hizo todo lo posible para que mi madre me prohibiera salir este domingo. Hasta le mintió contándole sobre mí burdos chismes que por suerte mi madre no se creyó. "Lo siento, Paula, pero mi niña no ha hecho esto que me estás contando".


No se le había ocurrido otra cosa a Paula que decirle a mi madre que me había visto en una esquina de la Calle Mayor dándole un beso a Gabriel en la mejilla. ¡Será posible la desfachatez que tienen algunas! ¡Y todo porque quería a Gabriel para ella y él en cambio me eligió a mí! ¡Qué mala es la envidia, Señor! ¡Qué mala es...!

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