lunes, 30 de noviembre de 2015

El lápiz mágico

Lisboa se mostró ante sus ojos con toda su esplendorosa belleza decadente. Desde el mirador de Santa Lucía, Serra veía el mar de tejados extenderse hacia el Tajo. Habían pasado cinco años desde la última vez que pudo estar allí. Buscó un sitio para sentarse a la sombra en la terraza de un quiosco de bebidas que había en la plaza, cerca de la barandilla que le regalaba la mejor vista de la ciudad. El calor exigía tomarse algo fresquito. Quizás estaría bien beberse una cerveza. Tal vez una Sagres. En un viaje nostálgico repleto de recuerdos sentir de nuevo el sabor de una cerveza portuguesa en la boca iba a ser una buena sensación.

Entonces Serra sacó de su mochila de viaje un cuaderno de dibujo y su lápiz nuevo. Quería plasmar en el papel el paisaje que estaba observando como tantas otras veces había hecho en el pasado. El cuaderno lo había traído desde su casa, pero el lápiz se lo había olvidado sobre la mesa de su despacho. Así que no le había quedado más remedio que comprarse uno al llegar a Lisboa. Estaba visitando el Chiado y antes de llegar al café “A Brasileira” para sentarse junto a su admirado Fernando Pessoa a tomar una “bica” se topó con una librería antigua cuyas paredes estaban tapizadas con libros de arriba a abajo. Allí compró su nuevo lápiz de dibujo.

El negro carbón del lápiz rasgaba con delicadeza el papel trazando líneas en apariencia sin sentido. Sólo Serra tenía en su mente lo que pretendía dibujar. Poco a poco, línea a línea, una sombra por aquí y otra por allí, el paisaje fue tomando forma. Un conjunto abigarrado de casas y tejados ocupaba todo el blanco del folio. Una estrecha carretera sinuosa discurría entre las casas. En ella Serra trazó un tranvía que descendía por sus raíles hacia el río.

Dejó a un lado sobre la mesa el cuaderno de dibujo y el lápiz. Descansó un rato su mano sobre el muslo de su pierna derecha. Después se frotó los ojos cansados y alzó la vista para mirar de nuevo el hermoso paisaje urbano.

De repente Serra oyó un ruidito cerca de él. Era como si alguien estuviera dibujando a su lado. Miró hacia el lugar del que provenía el agradable sonido que el lápiz hacía al rozar el papel. Pero no vio a nadie. Sin embargo la sorpresa que se llevó fue mayúscula.

Era su lápiz nuevo que parecía tener vida propia. Él solo se deslizaba sobre el papel terminando de perfilar el dibujo que Serra había comenzado. Con la punta inclinada trazaba las últimas sombras que daban un mayor realismo al dibujo.

Serra no se podía creer lo que estaban viendo sus ojos. ¿Es que sólo lo veía él? Se incorporó en la silla y pegó su espalda al respaldo de la misma. Intentaba alejarse del lápiz aunque tampoco quería perderlo de vista para ver qué sucedía. Entonces recordó y entendió la conversación tan extraña que había tenido por la mañana con el hombre que le había atendido en la papelería.

“Si no tiene preferencia por ningún lápiz en especial llévese este modelo. Ya verá lo contento que queda con él. Le saldrán los dibujos prácticamente solos” – le había dicho el tendero – “Nosotros lo vendemos mucho. Nuestros clientes lo llaman el lápiz mágico”.

En realidad no podía ser cierto que fuera un lápiz mágico que dibujara solo pero en aquel momento Serra no encontraba otra explicación plausible a lo que sus ojos estaban viendo.

El lápiz mágico bailaba sobre el papel mientras iba dibujando el paisaje que Serra había comenzado unos minutos antes. De una esquina a otra del folio trazaba sus líneas hasta que dio por terminado el dibujo. Entonces se dejó caer sobre el cuaderno quedando inanimado otra vez.

Serra sujetó el lápiz con una mano y el cuaderno con la otra. Miró el dibujo finalizado. Estaba perfecto. No le faltaba ni le sobraba ni una sola de las trazas que contenía: “Parece que he encontrado a mi compañero perfecto de profesión en este viaje. Los descubrimientos que hago en Lisboa nunca dejan de sorprenderme” – se dijo Serra al tiempo que sonreía.

En silencio guardó el cuaderno y el lápiz mágico en su mochila y comenzó a subir la empinada calle que le llevaría hasta el Castillo de San Jorge. Desde allí podría dibujar mejor el atardecer lisboeta.

(Publicado en Literautas, en la recopilación de textos del taller de escritura "Móntate una escena" Escena nº 29. Noviembre 2015)

2 comentarios:

  1. Que delicia de relato, me han dado ganas de tomarme esa cerveza en Portugal a mí también. Felicidades, una descripción que da ganas de viajar ;)

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    1. Me alegra que te haya gustado mi relato, Cuarta Lobo. La verdad es que siempre es apetecible un viaje a Portugal, sobre todo si lo acompañamos de una cerveza fresquita. Un saludo.

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